Entrevista al padre Luis Manuel Laureán LC sobre el santo mártir, asesinado el 10 de febrero de 1928 durante la persecución religiosa en México. Fuente: Zenit.org
Víctima de la persecución religiosa impuesta por el más radical de los gobiernos anticlericales en la
historia de México y testigo de salvajes asesinatos durante la Guerra Cristera, José Luis Sánchez del Río, tras ser apresado por su propio padrino en el mismo templo donde fue bautizado, fue brutalmente torturado y martirizado en el cementerio de su pueblo natal por su valerosa defensa de la Iglesia Católica. Antes de morir, cuando sus verdugos le preguntaron “¿qué mandas decir a tu padre?”, respondió: “Que nos veremos en el cielo, ¡Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe!”. Tenía tan solo 14 años. El papa Francisco confirmó el martes que este niño será canonizado en el Vaticano el próximo 16 de octubre.
El padre Luis Manuel Laureán LC, paisano del beato, asegura en esta entrevista con ZENIT que el recuerdo y el ejemplo de Joselito le han ayudado y confirmado en su vocación sacerdotal. Para este religioso, el joven fue un buen cristiano que dio su vida en defensa de su fe. Además, el autor de una de las biografías más documentadas del pequeño mártir mexicano señala que la intercesión del futuro santo alcanzó la gracia de la conversión de alguno de sus verdugos, o al menos su arrepentimiento.
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Mártir con catorce años. Así podría resumirse la vida de José Luis Sánchez del Río, quien será canonizado el próximo 16 de octubre, según acaba de anunciar la Santa Sede. Este joven beato mexicano era de Sahuayo, Michoacán. Es decir, comparten el mismo pueblo natal. ¿Cómo ha recibido la noticia?
— P. Laureán: Con enorme alegría. En cuanto supe la noticia, la reenvié. Muy pronto, en mi pueblo hubo repique de campanas, procesión, concelebración solemne de acción de gracias, “cuetes” (fuegos artificiales), fiesta y regocijo…
Seguro que le habrán venido muchos recuerdos a la cabeza.
— P. Laureán: Todos los niños de mi pueblo escuchamos la historia y la repetíamos de memoria; visitábamos el baptisterio de nuestra parroquia que fue su prisión y veíamos la pila bautismal en la que José Sánchez del Río había sido bautizado, como también todos nosotros. Recordé la casa de mi vecino, Rafael Gil “el Zamorano”; los juegos infantiles con su hijo, que es de mi edad; los caballos en el corral y las vacas lecheras, el rastrojo que les dábamos para comer. Recordé también las pistolas que vi en la mesa del “Zamorano”, sin saber entonces que el padre de mi amigo había participado como gendarme en el martirio de José Sánchez del Río, y menos imaginarme que le había disparado el tiro de gracia a Joselito cerca de la oreja derecha, como se puede comprobar mirando el cráneo con el orificio, reliquia de primer grado que se conserva en el relicario que guarda sus restos.
Usted ha escrito varios libros sobre este niño testigo de Cristo. Para alguien que no haya oído hablar de él, ¿quién era el futuro santo?
— P. Laureán: He publicado tres versiones de una biografía documentada. La primera en México, con un título sugestivo (Los gallos de Picazo o los derechos de Dios); porque el episodio de los gallos ha sido muy conocido y comentado en mi pueblo. Se trata de los tres gallos de pelea que guardaba el cacique y diputado Rafael Picazo dentro de la iglesia convertida en cuartel, cuadra, salón de fiestas y borracheras; y que campaban cerca del altar manchando con sus excrementos el presbiterio, el altar, las repisas del retablo, el comulgatorio. José, en un arranque de adolescente o movido por el “celo de tu casa me devora…” (salmo 69, 10), no tuvo más remedio que retorcerles el pescuezo para que no siguieren manchando la casa de Dios. La segunda edición fue publicada en Madrid por la editorial De Buena Tinta, con el título “El niño testigo de Cristo Rey”. En ciudad de México se ha hecho una edición privada con el mismo título “El niño testigo de Cristo Rey”.
Durante diez años busqué la documentación para mi libro en los museos de tema cristero, en el archivo municipal de Morelia, Michoacán, en el archivo diocesano de Zamora, Michoacán, en la Fototeca Nacional, en el archivo parroquial, etc. Tengo material para otra publicación de documentos. Por último, creo necesario escribir una historia novelada para los lectores adolescentes.
José Sánchez del Río fue un buen cristiano que dio su vida en defensa de su fe. Se había enrolado en la filas del ejército cristero para defender su religión, su templo, sus sacerdotes que sufrían una auténtica persecución religiosa por los caprichos del general Plutarco Elías Calles que quiso aplicar las leyes anticlericales contra la Iglesia Católica. La firmeza en pedir permiso a sus padres y la condición (por su tierna edad) de no llevar armas y solamente ayudar a los cristeros cuidando los caballos, limpiando armas, preparando y repartiendo alimentos, llevando recados, lograron su propósito de defender en serio su religión. En un encuentro con un batallón de federales, el caballo de su capitán resultó muerto. José, de inmediato, desmontó y ofreció su caballo para que pudiera huir el capitán dicendo: “Yo soy muy chico, a mí no me harán nada; usted es más necesario para la defensa…”. El capitán pudo ponerse a salvo y apresaron al mártir. Fue llevado prisionero y encerrado en la cárcel de Cotija; después llevado a su pueblo, Sahuayo Michoacán; y a los pocos días sentenciado a muerte y ejecutado porque no renegó de su fe y no gritó vivas al supremo gobierno, en cambio sí gritaba: “¡Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe!”
¿Qué aspectos le gustaría resaltar de la figura del beato José Sánchez del Río?
— P. Laureán: Su valentía, su fe en Jesucristo, su fortaleza. Ni la tropa toda junta tenía el valor y la entereza de este muchacho, según confesaron sus mismos victimarios, y recordó el cardenal José Saraiva Martins en la homilía de la misa de acción de gracias en Sahuayo. Es un digno ejemplo para los niños y los adolescentes. Es un digno patrono y protector. De hecho, ha sido nombrado patrono de varios seminarios, como el de los Operarios del Reino de Cristo en México, el de Verbum Dei de Norteamérica. También es patrono principal de los niños del ECYD, juntamente con san Ignacio de Antioquía.
¿El testimonio de su martirio ha influido de alguna manera en su vida personal?
— P. Laureán: Su recuerdo y su ejemplo me han ayudado y confirmado en mi vocación sacerdotal. Ahora lo tengo como mi intercesor personal. Además, su historia y su inocencia tienen en vilo a mi pueblo y a todo México. Su devoción se ha extendido por Italia, España, Estados Unidos, toda América. Cuando llegué a Argentina y contaba su historia, los jóvenes de Acción Católica me decían que ya conocían su martirio y que le tenían una gran devoción. En Italia ya se había publicado su historia en 1938 en el libro “Messico martire” (México mártir) de Luigi Ziliani.
Usted ha tenido ocasión de hablar con algunos de sus verdugos y con quien apretó materialmente el gatillo. ¿Se arrepintieron de lo que hicieron?
— P. Laureán: Sí. Conocí al “Zamorano”, a “la Aguada” (alias de Rafael Gil) y a Alfredo Amezcua. Por lo que pude colegir, vivieron muy arrepentidos. Rafael, mi vecino, vivió con holgura económica pero se mostraba muy serio y taciturno, con pocos amigos; Alfredo Amezcua fue muy pendenciero y varias veces se peleó a balazos… Creo yo que los méritos y la intercesión de José Sánchez del Río alcanzó la gracia de la conversión de estos dos verdugos, o al menos su arrepentimiento.
Como decía Tertuliano, la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos, ¿verdad?
— P. Laureán: Sí, la vida cristiana de mi pueblo y de México floreció: se reconstruyó el templo parroquial que había sido profanado; se revitalizó la Acción Católica, la famosa ACJM (Acción Católica de la Juventud Mexicana); se reanudaron los ejercicios espirituales llamados de encierro, específicamente los ignacianos. Hubo un renacimiento de la catequesis de los niños. Se multiplicaron las vocaciones a la vida religiosa y al sacerdocio. Se construyó una capilla y monumento a Cristo Rey.
José Luis fue asesinado el 10 de febrero de 1928, durante la persecución religiosa en México. ¿Qué mensaje cree que puede transmitir su historia a los jóvenes de hoy?
— P. Laureán: Eduardo Verástegui, actor en la película “Cristiada”, dijo: “Con esta historia comprendí por qué Dios ama la fe de los niños”. El mensaje más claro para los jóvenes: sean valientes y defiendan su fe en Cristo, defiendan sus valores y la tradición de sus mayores; amen a la Iglesia esposa de Cristo, y defiéndanla de los ataques cruentos o sutiles que la acechan.
¿Qué le pide usted a su paisano?
— P. Laureán: Qué interceda por mi pueblo, que nos alcance la paz social y política que anhela México entero, y que terminen las guerras que hacen sufrir a los niños.
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