miércoles, 27 de noviembre de 2019

Motivos para la beatificación de Isabel la Católica

¿Pero realmente hay motivos para beatificar a Isabel la Católica? No uno, sino diez
El proceso de beatificación de Isabel la Católica sigue estancado. Coincidiendo con el aniversario de su nacimiento, Enraizados ha lanzado una campaña de apoyos a esta causa. Su presidente expone 10 motivos por los que merece llegar a los altares.
José Castro Velarde

Por sus frutos los conoceréis (Mt. 7,16) Isabel la Católica nació tal día como hoy, un 22 abril, del año  1451, en Madrigal de las Altas Torres. Aprovechando tal fecha, la asociación Enraizados ha lanzado una campaña de adhesiones al proceso de beatificación iniciado en la Diócesis de Valladolid. En las primeras horas, las adhesiones de todas las partes del mundo superan las 1.500.

El asunto ha despertado polémica, pues algunos no ven con buenos ojos que la reina que expulsó a los judíos de España, en 1492, pueda terminar en los altares. Pero, entre las consideraciones que la Iglesia puede valorar, destaca el fruto mayor de Isabel:  la evangelización de todo un continente, una empresa que nadie más ha protagonizado en la Historia. Y fue una mujer, y además nacida en la Edad Media.Aunque fue la empresa que ella protagonizó la elegida para marcar por mucho el paso a la Edad Moderna: el Descubrimiento de América en 1492.

Muchos son los motivos que justifican su beatificación. Los sintetizamos en diez.

1.- Vida de fe y sacramental
Isabel la Católica llevó una vida de fe y asiduidad a los sacramentos. Acudía frecuentemente a la confesión y a la Eucaristía. Colaboró estrechamente con una de sus damas, Teresa Enríquez, muy devota de la Eucaristía, en la creación de asociaciones eucarísticas para acompañar al Santísimo Sacramento.
El comienzo de su testamento es una clara muestra de su fe. En él se encomienda a Dios Padre, a Cristo, a la Virgen y a algunos santos en particular: «Si es cierto que hemos de morir, es incierto cuándo y dónde moriremos, por ello debemos vivir y estar preparados como si en cualquier momento hubiésemos de morir«.
Isabel destinó numerosas partidas al culto divino: ornamentos, imágenes, lienzos para altares, cálices, custodias… Por ejemplo en los años 1500 y 1501, que Isabel residió en Granada, colaborando con el arzobispo Talavera, procuraron soluciones a las necesidades de los lugares destinados al culto en aquella diócesis recién creada.
En este ambiente granadino no se detuvo la espiritualidad de la Reina en lo externo y material, sino que, penetrada por lo profundo del misterio de la Eucaristía, dirige una real cédula, el 17 de agosto de 1501, a todos los obispos de sus Reinos sobre el cuidado del Sacramento.

2.- Compromiso con Dios y con el prójimo
Es la primera que reconoce, como afirma el historiador Luis Suárez, que los habitantes de América son hombres como los demás, que han sido redimidos por Cristo y tienen que ver reconocidos sus derechos humanos. Esta actitud marcó un importantísimo precedente en los debates que más adelante se desarrollarían, con consecuencias teológicas y políticas.
Sin esta postura de Isabel la Católica no se habría llegado a la Constitución de los Estados Unidos, que repite prácticamente lo que ella dijo, que Dios nos ha hecho a todos libres, iguales y en búsqueda de la felicidad, y ése es su testamento.


3.- Magnanimidad
El comienzo del reinado de Isabel es el resultado de una guerra civil desencadenada por los nobles castellanos para suceder a Enrique IV. Tras ser coronada, la monarca reinará sin tomar represalias, pactando con quienes se sublevaron en su contra y garantizándoles que no sufrirían prejuicios, sino que seguirían desempeñando las funciones sociales y el nivel que hasta entonces ocupaban.
Puesto que en la historia universal pocos son los conflictos que se cierran sin el aplastamiento de los enemigos, este episodio dice mucho acerca del carácter extraordinario de Isabel.

4.- Austeridad
Isabel no hizo uso de su condición de reina para evitarse los sufrimientos o llevar una vida más cómoda: «Su modestia personal y mansedumbre admirables», afirmaba Pedro Mártir de Anglería.
«Ni en los dolores que padecía de sus enfermedades, ni en los del parto, que es cosa de grande admiración, nunca la vieron quejarse, antes con increíble y maravillosa fortaleza los sufría y disimulaba», atestiguaba Lucio Marineo Sículo.

5.- Humildad
En el trato con quienes la rodean, la Reina Católica da claras muestras de humildad al dejarse aconsejar. Lejos de la imagen de los reyes autoritarios, Isabel permite que Fernando de Talavera, su confesor y asesor, le aconseje antes de tomar sus decisiones.
La historia cuenta que la primera vez que el cardenal Cisneros le administra el sacramento de la penitencia le dice «de rodillas». A pesar de que una vieja costumbre permitía a los reyes confesarse sentados, Isabel se arrodilla para recibir el perdón.
«La Península Ibérica ha gozado de los frutos del cristianismo gracias a esa epopeya de la Reconquista»

6.- Vocación hacia la evangelización
Una de las principales pruebas de esta vocación se encuentra de nuevo en América. Isabel de Castilla ve en el continente americano un reto para la extensión de la Buena Noticia a quienes hasta entonces no habían tenido oportunidad de conocerla. Gracias a ella, millones de personas en América han visto abiertas las puertas de la fe a lo largo de los siglos.
Igualmente, la conquista de territorios bajo dominio musulmán comportó una suave política de conversión que tenía como objetivo la unificación del reino bajo la religión católica. Es de destacar que a diferencia del Norte de África donde la fe nunca se ha podido recuperar, la Península Ibérica ha gozado de los frutos del cristianismo gracias a esa epopeya de la Reconquista que culminaron los Reyes Católicos.

7.- Lucha por los derechos humanos
La España de los Reyes Católicos no consideró los territorios del otro lado del Atlántico como colonias. Sus habitantes eran ciudadanos y, según el decreto de 1500, ningún indio podía ser hecho esclavo. Determinó que los indios seguirían siendo los propietarios de las tierras que les pertenecían con anterioridad a la llegada de los españoles.
«Y no consientan ni den lugar que los indios reciban agravio alguno en sus personas y sus bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido, lo remedien», señaló la Reina en su testamento. 
«Isabel establece que no hay diferencia en cuanto a la capacidad de gobierno entre hombre y mujer, y así educa a sus hijas»

8.- Responsabilidad moral como gobernante
En su guía para gobernar, Isabel tenía claro que todos los poderes del Estado y toda la legislación tienen que someterse al orden moral. Siguiendo la tradición del derecho medieval, la moral se encuentra por encima de cualquier otra consideración.
Isabel era consciente de su responsabilidad como reina. Según cuenta el historiador Luis Suárez, en una carta dirigida a su marido, que había sufrido un atentado y se encontraba grave, le dice: «Acuérdate de que tenemos que rendir cuentas ante Dios, y las cuentas que nos va a pedir a nosotros, los reyes, son mucho más estrechas que las que pide a ninguno de nuestros súbditos».

9.- Mujer y madre
Isabel fue mujer y madre. Vuelve a ratificar Luis Suárez que «aplicó el sentido de la feminidad, la intuición, el afecto, la capacidad comprensiva, a todas sus empresas». Y lo que establece de una manera clara Isabel es el derecho de la mujer a reinar. Isabel establece que no hay diferencia en cuanto a la capacidad de gobierno entre hombre y mujer, y así educa a sus hijas, y así procede ella misma también.


10.- La caridad
Si bien esta virtud la hemos visto ya en la gran empresa que culmina en la Evangelización de América puede destacarse especialmente en cómo acoge a los hijos ilegítimos de la mujer de Enrique IV, Pedro y Andrés. Los educa y los cuida.
Cuida también de los ilegítimos de su marido, cuida de los hijos del cardenal Mendoza, y siente hacia todos ellos una obligación de afecto que va más allá del simple ejercicio de la caridad.
Una vez que fray Hernando de Talavera le criticó por esta conducta diciendo «da la impresión de que usted está legitimando el fruto del pecado», ella respondió que lo importante era evitar que esas almas se perdieran, y llamando a uno de los ninos, hijo del cardenal Mendoza, le gastó una broma a fray Hernando y le dijo: «¿Verdad que son muy bellos los pecados de mi cardenal?».

* José Castro es presidente de la asociación Enraizados.

miércoles, 16 de octubre de 2019

Reflexión sobre la Democracia contemporánea

Reflexión sobre la democracia contemporánea. Juan Pablo II.
Cfr. Juan Pablo II, Memoria e identidad, nº 22, Ed. La Esfera de los libros, Madrid 2005, pp. 135-167

22. La Revolución francesa difundió en el mundo el lema «libertad, igualdad, fraternidad» como programa de la democracia moderna. ¿Cómo valora, Santo Padre, el sistema democrático en su versión occidental?

En todo caso, la ética social católica apoya en principio la solución democrática, porque responde mejor a la naturaleza racional y social del hombre, como ya he dicho. Pero está lejos -conviene precisarlo- de «canonizar» este sistema. En efecto, sigue siendo verdad que las tres soluciones teorizadas -monarquía, aristocracia y democracia- pueden servir, en determinadas condiciones, para realizar el objetivo esencial del poder, es decir, el bien común. En todo caso, el presupuesto indispensable de cualquier solución es el respeto de las normas éticas fundamentales. Ya para Aristóteles, la política no es otra cosa sino ética social. Lo cual significa que si un cierto sistema de gobierno no se corrompe es porque en él se practican las virtudes cívicas. La tradición griega supo también calificar diferentes formas de corrupción en los diversos sistemas. Y así, la monarquía puede degenerar en tiranía y, para las formas patológicas de la democracia, Polibio acuñó el nombre de «oclocracia», o sea, el gobierno de la plebe.

Tras el ocaso de las ideologías del siglo xx, y especialmente la caída del comunismo, muchas naciones han puesto sus esperanzas en la democracia. Pero precisamente a este respecto cabe preguntarse: ¿cómo debería ser una democracia? Frecuentemente se oye decir que con la democracia se realiza el verdadero Estado de derecho. Porque en este sistema la vida social se regula por las leyes que establecen los parlamentos, que ejercen el poder legislativo. En ellos se elaboran las normas que regulan el comportamiento de los ciudadanos en las diversas esferas de la vida social. Naturalmente, cada sector de la vida social requiere una legislación específica para desarrollarse ordenadamente. Con el procedimiento descrito, un Estado de Derecho pone en práctica el postulado de toda democracia: formar una sociedad de ciudadanos libres que trabajan conjuntamente para el bien común.

Dicho esto, puede ser útil referirse una vez más a la historia de Israel. He hablado ya de Abraham como el hombre que tuvo fe en la promesa de Dios, aceptó su palabra y se convirtió así en padre de muchas naciones. Desde este punto de vista, es significativo que se remitan a Abraham tanto los hijos e hijas de Israel como los cristianos. También lo hacen los musulmanes. Sin embargo, hay que precisar de inmediato que el fundamento del Estado de Israel como sociedad organizada no es Abraham, sino Moisés. Fue Moisés quien condujo a sus compatriotas fuera de la tierra egipcia y, durante la travesía del desierto, se convirtió en el verdadero artífice de un Estado de derecho en el sentido bíblico de la palabra. Es una cuestión que merece destacarse: Israel, como pueblo escogido de Dios, era una sociedad teocrática, en la cual Moisés no solamente era un líder carismático, sino también el profeta. Su cometido era poner, en nombre de Dios, las bases jurídicas y religiosas del pueblo. En esta actividad de Moisés, el momento clave fue lo acontecido al pie del monte de Sinaí. Allí se estipuló el pacto de alianza entre Dios y el pueblo de Israel, basada en la ley que Moisés recibió de Dios en la montaña. Esencialmente, esta leyera el Decálogo: diez palabras, diez principios de conducta, sin los cuales ninguna comunidad humana, ninguna nación ni tampoco la sociedad internacional puede lograr su plena realización. Los mandamientos esculpidos en las dos tablas que recibió Moisés en el Sinaí están grabados al mismo tiempo en el corazón del hombre. Lo enseña Pablo en la Carta a los Romanos: «Muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia con sus juicios contrapuestos que les acusan» (Rm 2, 15). La ley divina del Decálogo tiene valor vinculante como ley natural también para los que no aceptan la Revelación: no matar, no fornicar, no robar, no dar falso testimonio, honra a tu padre ya tu madre... Cada una de estas palabras del código del Sinaí defiende un bien fundamental de la vida y de la convivencia humana. Si se cuestiona esta ley, la concordia humana se hace imposible Y la existencia moral misma se pone en entredicho. Moisés, que baja de la montaña con las tablas de los Mandamientos, no es su autor. Es más bien el servidor y el portavoz de la Ley que Dios le dio en el Sinaí. Sobre esta base formularía después un código de conducta muy detallado, que dejaría a los hijos e hijas de Israel en el Pentateuco.

Cristo confirmó los mandamientos del Decálogo como núcleo normativo de la moral cristiana, destacando que todos ellos se sintetizan en el más grande mandamiento, el del amor a Dios y al prójimo. Por lo demás, es notorio que Él, en el Evangelio, da una acepción universal al término «prójimo». El cristiano está obligado a un amor que abarca a todos los hombres, incluidos los enemigos. Cuando estaba escribiendo el estudio Amor y responsabilidad, el más grande de los mandamientos me pareció una norma personalista. Precisamente porque el hombre es un ser personal, no se pueden cumplir las obligaciones para con él si no es amándolo. Del mismo modo que el amor es el mandamiento más grande en relación con un Dios Persona, también el amor es el deber fundamental respecto a la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios.

Este mismo código moral que proviene de Dios, sancionado en la Antigua y en la Nueva Alianza, es también fundamento inamovible de toda legislación humana, en cualquier sistema y, en particular, en el sistema democrático. La ley establecida por el hombre, por los parlamentos o por cualquier otra entidad legislativa, no puede contradecir la ley natural, es decir, en definitiva, la ley eterna de Dios. Santo Tomás formuló la conocida definición de ley: Lex est quaedam rationis ordinatio ad bonum commune) ab eo qui curam communitatis habet promulgata, la leyes una ordenación de la razón al bien común, promulgada por quien tiene a su cargo la comunidad [Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, I-II, q. 90, art. 4]. En cuanto «ordenamiento de la razón», la ley se funda en la verdad del ser: la verdad de Dios, la verdad del hombre, la verdad de la realidad creada en su conjunto. Dicha verdad es la base de la ley natural. El legislador le añade el acto de la promulgación. Es lo que sucedió en el Sinaí con la Ley de Dios, y lo que sucede en los parlamentos en sus actividades legislativas.

Llegados a este punto, surge una cuestión de capital importancia para la historia europea del siglo xx. En los años treinta, un parlamento legalmente elegido permitió el acceso de Hitler al poder en Alemania, y el mismo Reichstag, al darle plenos poderes (Ermächtigungsgesetz), le abrió el paso al proyecto de invadir Europa, a la organización de los campos de concentración y a la puesta en marcha de la llamada «solución final» de la cuestión judía, como llamaban al exterminio de millones de hijos e hijas de Israel.

Basta recordar estos hechos de tiempos recientes para darse cuenta con claridad de cómo la ley establecida por el hombre tiene sus propios límites que no puede violar. Son los límites marcados por la ley natural, mediante la cual Dios mismo protege los bienes fundamentales del hombre. Los crímenes nazis tuvieron su Nuremberg, donde los responsables fueron juzgados y castigados por la justicia humana. No obstante, hay muchos otros casos en que no ha sido así, aunque queda siempre el supremo tribunal del Legislador divino. El modo en que la Justicia y la Misericordia están en Dios a la hora de juzgar a los hombres y la historia de la humanidad permanece envuelto en un profundo misterio.

Ésta es la perspectiva, como ya he dicho, desde la cual se pueden cuestionar, al comienzo de un nuevo siglo y milenio, algunas decisiones legislativas tomadas en los parlamentos de los actuales regímenes democráticos. Lo primero que salta a la vista son las leyes abortistas. Cuando un parlamento legaliza la interrupción del embarazo, aceptando la supresión de un niño en el seno de la madre, comete una grave injuria para con un ser humano inocente y, además, sin capacidad alguna de autodefensa. Los parlamentos que aprueban y promulgan semejantes leyes han de ser conscientes de que se extralimitan en sus competencias y se ponen en patente contradicción con la ley de Dios y con la ley natural.

viernes, 30 de agosto de 2019

Conversión de la hija de Stalin al Catolicismo

El viaje espiritual de Svetlana Alliluyeva
La importancia de los abuelos en la vida no se puede subestimar. Se puede ver claramente en la vida de Svetlana Alliluyeva.
Stalin con su hija Svetlana

Desde la infancia, fue Svetlana Stalina, la única hija del dictador soviético Josef Stalin. Más tarde, tomó el nombre de su madre, y más tarde aún, mientras vivía en los Estados Unidos y al casarse con un estadounidense, se convirtió en Lana Peters.

Nacida en 1926, creció en una atmósfera donde nunca se hablaba de Dios. Su padre gobernó sobre un Partido Comunista y un gobierno que hicieron todo lo posible para minimizar el papel de la religión en la vida de las personas, o que lo usaron para avanzar en la ideología comunista.
A la larga, sin embargo, ese poder temporal no fue más fuerte que el ejemplo de la madre georgiana de Stalin, la abuela paterna de Svetlana.
“Los primeros 36 años que he vivido en el estado ateo de Rusia no han sido una vida del todo sin Dios. Sin embargo, habíamos sido educados por padres ateos, por una escuela secularizada, por toda nuestra sociedad profundamente materialista. No se hablaba de Dios”, escribió Alliluyeva en su autobiografía Veinte cartas a un amigo.
“Mi abuela paterna, Ekaterina Djugashvili, era una campesina casi analfabeta, que quedó viuda muy joven, pero que fomentaba la confianza en Dios y en la Iglesia. Muy piadosa y trabajadora, soñaba con convertir a su hijo superviviente, mi padre, en sacerdote”.
Ese sueño nunca se materializó, por supuesto.
La madre de la madre de Svetlana, Olga Allilouieva, también jugó un papel, escribió Svetlana. Ella “nos hablaba alegremente de Dios: de ella hemos escuchado por primera vez palabras como alma y Dios”, afirmaba. “Para ella, Dios y el alma eran los fundamentos de la vida”.
La madre murió seis años después de nacida Svetlana, oficialmente de peritonitis pero casi seguramente por suicidio, en la noche del 8 noviembre de 1932. Ella vivió esporádicamente con sus padres (aunque era la preferida de su padre Joseph) y creció con una niñera.
Sin embargo, ella cuenta que siempre fue mimada por el padre, el cual a veces se sentaba para ayudarla en las tareas y cenar con ella y con sus amigos, hijos de los colaboradores. En la escuela era tratada como una “zarina”, un compañero suyo de clase recordaba que su banco brillaba como un espejo, el único que estaba pulido. Durante las purgas, cada vez que los padres de sus compañeros eran arrestados, estos eran cambiados de clase, para que ella no entrara en contacto con los “enemigos del pueblo”.
Sin embargo, las relaciones con su padre se deterioraron a la edad de 16 años, sea porque Stalin hizo “desaparecer” a dos tíos a los que ella estaba muy unida, sea porque encontró un documento reservado sobre el suicidio de su madre, que le había sido ocultado. “Algo dentro de mí se destruyó”, recordaba. “Ya no volvía a ser capaz de respetar la palabra y la voluntad de mi padre”.

Poco después, de hecho, se enamoró de un director de cine judío de 40 años, Aleksei Kapler, que, con una excusa, fue condenado por Stalin a diez años de exilio en una ciudad siberiana, pues desaprobaba su relación. A los 17 años se casó con Grigory Morozov, un compañero de estudios, también judío, tras recibir el permiso – de mala gana – del padre (“Es primavera. Si quieres casarte, hazlo, vete al infierno”, fue su reacción), quien nunca quiso ver al esposo.
En 1945 tuvieron un hijo, Joseph, pero se divorciaron en 1947.
Después de la muerte del padre, ella asumió el apellido de la madre, Allilueva, y trabajó como profesora y traductora en Moscú.  Alliluyeva recordó cuando, por primera vez en su vida, oró a Dios para pedir una curación. Fue en nombre de su hijo de 18 años, que estaba muy enfermo. “No conocía ninguna oración, ni siquiera el Padrenuestro”, escribió. “Dios me escuchó. Después de la curación, un intenso sentimiento de la presencia de Dios me invadió”.
Con el tiempo, conoció a un sacerdote ortodoxo, el p. Nicolás Goloubtzov, quien, escribió, bautizaba secretamente a adultos que habían vivido sin fe. “Necesitaba que me instruyeran sobre los dogmas fundamentales del cristianismo”, dijo. Fue bautizada en la Iglesia Ortodoxa Rusa el 20 de mayo de 1962.
En 1963 vivió con un político comunista indio de nombre Brajesh Singh, hasta el día de la muerte de él. Con ocasión de ello se traslado a la India, sumergiéndose en las costumbres locales y abandonando el ateísmo en el que había sido educada por su padre y por la sociedad soviética. Tras un encuentro con el embajador americano en Nueva Delhi, decidió huir a Estados Unidos, donde obtuvo asilo político. Después de obtenerlo, se le urgió que abandonara la India inmediatamente para ir a Suiza, con el fin de evitar un incidente internacional. Después de pasar seis semanas en Suiza, donde tuvo contacto con muchos católicos, se dirigió finalmente a los Estados Unidos.

Un día recibió una carta de un sacerdote católico en Pennsylvania, un tal padre Garbolino, quien la invitó a peregrinar a Fátima, con motivo del 50 aniversario de las apariciones allí. Ella no pudo ir, pero mantuvo una correspondencia de casi 20 años con el padre Garbolino.
“En 1969 el padre Garbolino vino a visitarme a Princeton, entonces yo era divorciada e infeliz, pero él, como buen sacerdote, siempre encontró las palabras adecuadas y me prometió rezar por mi”, escribió la mujer, que en aquel momento se había apasionado por los libros de Raïssa Maritain, mujer rusa de Jacques Maritain, también ella convertida al catolicismo tras haber sido criada en el judaísmo y en el ateísmo.
Tras haber escrito dos autobiografías – que se convirtieron en best-seller –, en las que denunció a su padre como un “monstruo” y atacaba a todo el sistema soviético –, entre 1970 y 1973 se unió en (tercer) matrimonio con William Wesley Peters, del que se separó cuatro años después. De esa unión nació Olga. En 1976 se hizo amiga de un matrimonio católico en California y vivió con ellos durante dos años. “Su discreta piedad y su solicitud para mí y mi hija me conmovieron profundamente”, escribió.
Asumió el nombre de Lana Peters y en 1982 se transfirió a Cambridge, Inglaterra donde, con ocasión de la fiesta de Santa Lucía, pidió y obtuvo el bautismo católico. En cierto momento, contaba la propia Svetlana, incluso se planteó la posibilidad de ser monja. Tras una breve permanencia en la Unión Soviética (desencantada de Occidente) y en los Estados Unidos, volvió al Reino Unido hasta el 2009.
La hija Olga, nieta de Stalin, tiene hoy 44 años y vive con el nombre de Chrese Evans en Portland, Oregon. Un periodista del Daily Mail logró encontrarla, amante de las armas y de los tatuajes, recuerda de su madre: “Tenía una fe increíble, me amó de un modo incondicional, como no he sentido de nadie más”.
En el libro “The Last Words”, dedicado a su amigo sacerdote, Svetlana hablaba de la abuela paterna, que mandó al joven Stalin al seminario ortodoxo de Tbilisi, en Georgia. “Pienso que todos los problemas y la crueldad de mi padre, la inhumanidad de su partido, fueron causadas por la abolición del cristianismo”, escribió. “Sus problemas comenzaron cuando abandonó el seminario a la edad de 20 años. Fue entonces, justo entonces, cuando su joven alma dejó de combatir el mal, y fue aferrada por el Mal, que nunca la abandonaría”.

martes, 28 de mayo de 2019

La paz os dejo - Meditación sobre la paz

“La Paz os dejo, mi paz os doy” (Sexto Domingo de Pascua, ciclo C)
Traducido del libro de Walter J. Burghardt, S.J., Sir, We Would Like to See Jesus, 1982.

Durante su último discurso Jesús dice a sus discípulos: “la paz os dejo” (Jn 14, 27). Paz. ¿Qué podía ser más simple? De hecho, de simple no tiene nada – no la paz de Cristo.
Entonces, veamos tres preguntas: (1) ¿Dónde está el problema con la paz? (2) ¿Qué significa paz en la promesa de Jesús? (3) ¿Qué debería decir la palabra “paz” a nosotros?


I. Primero, ¿dónde está el problema con la paz? El problema fue puesto poderosamente por el Arzobispo Tomás Becket. Ustedes pueden recordar el sermón navideño elaborado por T. S. Eliot en su libro “Muerte en la Catedral” (“Murder in the Cathedral”) y puesto en labios de Becket: “¿Les parece extraño a ustedes que los ángeles hayan anunciado paz, cuando incesantemente el mundo ha sido golpeado con la guerra y el miedo a la guerra? ¿Les parece a ustedes que las voces angelicales se equivocaron, y que la promesa fue una decepción y un fraude?

El punto es: la promesa choca con la realidad. No solo para Becket, para nosotros tampoco hay paz. Rusia viola a Afganistán, genocidio diezma Camboya. Una tenue tregua tiembla en el Medio Oriente y Sudáfrica; destrucción atómica amenaza la entera raza humana; nuestras calles son avenidas de guerra. ¿Dónde atisbas, dónde logras ver la paz en la tierra?

De hecho, la Escritura misma es una paradoja. En su nacimiento, antes de morir y en su aparición como resucitado, Jesús promete paz. Pero en medio de su predicación, él advierte: “No creáis que he venido a traer paz en la tierra. No he venido a traer paz sino espada” (Mt 10, 34), “disensión”, división (Lc 12, 51).

¿Nuestra liturgia es, entonces, un hacer creer, una mera pretensión? Corremos alrededor abrazándonos el uno al otro. “La paz del Señor sea contigo!” exclamamos, “Shalom”. Y no hay paz. ¿Es la paz realmente posible? ¿O esta “paz” es otra de aquellas palabras ambiguas que permite a los cristianos vivir despreocupados en un mundo en guerra, olvidar que el mundo real está allá afuera, y que el mundo está modelado por la sangre y las lágrimas? ¿U olvidar que hay un mundo real dentro de nosotros mismos, y que ese mundo también está en guerra, que hierve lleno de pasiones y de miedos, a veces lleno de enojo y odio?



II. Un problema genuino que levanta una segunda pregunta: ¿Qué significa paz en la promesa de Jesús? Para comprenderlo, debemos mirar un momento al Antiguo Testamento.  La paz bíblica tiene un contenido tan rico que ninguna palabra de nuestro idioma puede expresarla. Esta paz significa que en todo te va bien, que eres feliz, que te sientes seguro, que tienes amigos, que tienes una tierra fértil, que comes hasta llenarte y duermes sin miedos, que tu progenie se multiplica y “triunfas sobre tus enemigos”.

Pero, para el israelita, la paz no es simplemente armonía con la naturaleza, consigo mismo, con los demás. La verdadera paz significa armonía con Dios, una recta relación con Yahvé, pues “el Señor es paz” (Jueces 6, 24). En este sentido, paz era salvación, una salvación que ciertamente se trabajaba en la historia, pero que se realizaría a plenitud solo en la comunión con Él que da todo lo bueno. Tal es el significado de la Sabiduría de Salomón: “Las almas de los justos están en las manos de Dios… Los insensatos pensaban que habían muerto… y su partida de entre nosotros, su destrucción; pero ellos están en paz” (3, 1-3).

Precisamente aquí está la unión entre el Antiguo Testamento y el Nuevo. La paz que Jesús anuncia es una paz que salva. “Mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo (Jn 14, 27). Lucas es tan claro en esto. La mujer pecadora que lavó Sus pies con sus lágrimas puede “ir en paz”, porque sus pecados han sido perdonados (Lc 7, 50). Con el saludo “paz a esta casa”, los discípulos ofrecen salvación a los pueblos donde Jesús iría después. Cuando ellos acompañan a Jesús en su entrada a Jerusalén, su aclamación de “paz” proclama una redención que la ciudad rechazará (Lc 19, 38). Y cuando ellos salen a irradiar la paz pascual hasta los confines de la tierra, Pedro predica: “La Palabra que Dios envió a Israel, anunciando la Buena nueva de la paz por medio de Jesucristo” (Hch 10, 36-37). El evangelio es paz, y la paz es el evangelio.
Lo que Lucas narra, Pablo lo explica. El corazón de su mensaje es una corta y gloriosa frase: Él es nuestra paz (Ef 2, 14). Si te olvidas de todo lo demás, recuerda esa resonante afirmación: Cristo es nuestra paz. ¿Cómo? Aquí Pablo rompe los vínculos del lenguaje. Él está cautivado. Cristo es nuestra paz porque “ha derribado el muro divisorio, la enemistad”, el cual divide judíos y gentiles, “para crear en sí mismo de los dos un solo hombre nuevo. De este modo hizo las paces y reconcilió con Dios a ambos” (Ef 2, 14-16). Cristo es nuestra paz, porque “(Dios tuvo a bien) reconciliar por él y para él todas las cosas… haciendo la paz, mediante la sangre de su cruz” (Col 1, 19-20). Cristo es nuestra paz porque a través de él, “todos tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu” (Ef. 2, 18). Cristo es nuestra paz porque a ella nos ha llamado haciéndonos formar un solo cuerpo, para “que la paz de Cristo reine” en nuestros corazones (Col 3, 15).
Esta paz es “fruto del Espíritu” (Gal 5, 22), es la paz de Dios “que supera toda inteligencia” (Flp 4, 7), la paz que perdura en la angustia y en la tribulación (Rom 5, 1-5), la paz que “custodiará vuestros corazones y mentes en Cristo Jesús” (Flp 4, 7).  Esta es la paz que encuentra su consumación en una comunión eterna con Dios que lleva al éxtasis. Pues “el Dios de Paz” de la Biblia es un Dios que salva; y un corazón en paz es un corazón unido con su Dios en Cristo.

III. Si tal es el evangelio de la paz, las Buenas Nuevas propias de Dios, ¿qué debería decir la palabra “paz” a nosotros? En primer lugar, debería retar nuestra inteligencia cristiana. ¿Cuál es la paz que tú anhelas? Esto varía por supuesto. Para un soldado paz es la ausencia de guerra; para un político quizás un pacto; para una madre, un niño dormido. Si tú vives en un campus universitario, paz es un silencio alrededor. Paz podría ser la suave arena bañada a la luz de la luna, el fin de un día duro, el epílogo de hacer el amor, el cierre de las clases, los pies para arriba y beber una cerveza bien fría. Si tienes una enfermedad dolorosa, paz es una hora sin dolor.
Ahora bien, cada una de éstas es una faceta de la paz. Pero la paz que Cristo nos dejó es más profunda que cualquiera de ellas. Es una paz que el mundo no puede dar, que es la presencia de Dios dentro de ti, en todo alrededor tuyo, una comunión con Dios que te introduce a la vida divina, un compartir en la vida del mismo Hijo de Dios. En el fondo la paz de Cristo no es un estado sicológico resultante de la vida de Dios dentro de ti. Esta paz es tu comunión con Dios. Tú has sido reconciliado con Él mediante el amor de Cristo. Tú eres uno con Él en el amor.
¿Es así como tú entiendes esta paz?
Pero si ésta es la básica paz cristiana, entonces la paz de Cristo puede coexistir con la guerra en el mundo, con la agonía humana, con la muerte y las miles de formas de morir los hombres. Cristo predijo esta coexistencia: “Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo viviréis atribulados, pero tened buen ánimo, yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33). El “mundo” en Juan es todo aquello que es hostil a Dios, donde el pecado tiraniza, el odio sofoca el amor, la muerte destruye la vida, y la humanidad herida por el pecado es antiDios. En ese mundo, donde vives ahora, ciertamente encontrarás angustia y tribulación. Dios nunca nos prometió un jardín de rosas. En ese mundo ciertamente necesitas coraje para sobrevivir y superarte. Y tu coraje viene del hecho de que Jesucristo, quien es tu paz, ha vencido al mundo, ha roto su poder no por la fuerza, sino por su total rendición al amor consumado en la crucifixión.

Pero la coexistencia no es suficiente. Ésta no se aferrará a la paz para soportar las tribulaciones con un “labio superior rígido”. Precisamente porque hemos sido reconciliados con Dios en Cristo, precisamente porque la vida del Señor resucitado fluye a través de ti como otro torrente sanguíneo, tú has sido enviado en misión a este mundo en guerra, a este mundo en angustia. Si Cristo venció el mundo, así debe hacer cada cristiano. Esto nos dice el Cristo exaltado en el libro llamado Apocalipsis: “Concederé al vencedor que se siente conmigo en mi trono, pues yo también cuando vencí me senté con mi Padre en su trono” (3, 21). Y como Cristo, tú conquistarás el mundo no por la fuerza, sino por la fe (1 Jn 5, 4-5), una fe viva, una fe que se muestra en el amor y mediante la cruz.

Yo no te estoy pidiendo que vayas a sacar a Rusia de Afganistán; eso es irreal. Yo estoy preguntándote: ¿Qué guerras has terminado en tu patio o en tu habitación? ¿Qué minas de envidia o de odio, o de discordia, o de disgusto has desactivado en tu corredor? ¿Qué duele menos porque amas más? ¿Qué duele más porque amas menos? ¿Quién estaba deprimido y ha vuelto a la vida a tu toque? ¿Hay alguien libre de reír porque tú te tragaste tu orgullo? ¿Quién tiene hambre de comida o de afecto y fue alimentado por tu fe? ¿Quién tiene sed de justicia y se siente más humano porque tú estás allí? ¿Quién experimenta la ausencia de Dios y encuentra la imagen de Dios en tu rostro? Mis amigos, este mundo del cual habla Juan es por último pequeñez y pecado- y entonces también nosotros somos parte del mundo que tiene que ser vencido. Tú lo vences solo como Jesús lo hizo: tocándolo con la paz que Cristo te ha dejado, la comunión con Dios que te ha hecho nueva creatura.

lunes, 7 de enero de 2019

María de Nazaret (2012)

María de Nazaret (2012)
Esta versión es maravillosa se siente toda la interioridad de la Virgen María como madre de Dios y la relación de AMOR que la une a nuestro Señor. He aquí la esclava del Señor. Como Iglesia esposa de Cristo imitemos la fe de nuestra Madre María.

Reparto
Alissa Jung
Andreas Pietschmann
Antonia Liskova.

Coproducción Italia-Alemania-España; Lux Vide / Bayerischer Rundfunk (BR) / Beta Film / Tellux Film / Telecinco / Rai Uno Radiotelevisione Italiana.




La película arranca con la Anunciación: María, una joven galilea, concibe virginalmente al Mesías, el hijo de Dios. Su marido José, un humilde carpintero, decide con todo permanecer a su lado. Cuando César Augusto ordena que los judíos se empadronen, la pareja emprende un viaje a Belén, dónde nace Jesús. Paralelamente, María Magdalena, una joven del mismo pueblo que María, se aleja de Dios y se introduce en el palacio del rey Herodes, donde Herodías la convence para que pierda su inocencia en brazos del hijo del monarca. (FILMAFFINITY)







viernes, 4 de enero de 2019

Meditación del Nombre de Jesús

La Meditación del Nombre de Jesús u Oración del Corazón es recomendada en el Catecismo de la Iglesia Católica.
La oración al Padre 2664 No hay otro camino de oración cristiana que Cristo. Sea comunitaria o individual, vocal o interior, nuestra oración no tiene acceso al Padre más que si oramos “en el Nombre” de Jesús. La santa humanidad de Jesús es, pues, el camino por el que el Espíritu Santo nos enseña a orar a Dios nuestro Padre. La oración a Jesús 2665 La oración de la Iglesia, alimentada por la palabra de Dios y por la celebración de la liturgia, nos enseña a orar al Señor Jesús. Aunque esté dirigida sobre todo al Padre, en todas las tradiciones litúrgicas incluye formas de oración dirigidas a Cristo. Algunos salmos, según su actualización en la Oración de la Iglesia, y el Nuevo Testamento ponen en nuestros labios y graban en nuestros corazones las invocaciones de esta oración a Cristo: Hijo de Dios, Verbo de Dios, Señor, Salvador, Cordero de Dios, Rey, Hijo amado, Hijo de la Virgen, Buen Pastor, Vida nuestra, nuestra Luz, nuestra Esperanza, Resurrección nuestra, Amigo de los hombres... 2666 Pero el Nombre que todo lo contiene es aquel que el Hijo de Dios recibe en su encarnación: JESÚS. El nombre divino es inefable para los labios humanos (cf Ex 3, 14; 33, 19-23), pero el Verbo de Dios, al asumir nuestra humanidad, nos lo entrega y nosotros podemos invocarlo: “Jesús”, “YHVH salva” (cf Mt 1, 21). El Nombre de Jesús contiene todo: Dios y el hombre y toda la Economía de la creación y de la salvación. Decir “Jesús” es invocarlo desde nuestro propio corazón. Su Nombre es el único que contiene la presencia que significa. Jesús es el resucitado, y cualquiera que invoque su Nombre acoge al Hijo de Dios que le amó y se entregó por él (cf Rm10, 13; Hch 2, 21; 3, 15-16; Ga 2, 20). 2667 Esta invocación de fe bien sencilla ha sido desarrollada en la tradición de la oración bajo formas diversas en Oriente y en Occidente. La formulación más habitual, transmitida por los espirituales del Sinaí, de Siria y del Monte Athos es la invocación: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de nosotros, pecadores” Conjuga el himno cristológico de Flp 2, 6-11 con la petición del publicano y del mendigo ciego (cf Lc 18, 13; Mc 10, 46-52). Mediante ella, el corazón está acorde con la miseria de los hombres y con la misericordia de su Salvador. 2668 La invocación del santo Nombre de Jesús es el camino más sencillo de la oración continua. Repetida con frecuencia por un corazón humildemente atento, no se dispersa en “palabrerías” (Mt 6, 7), sino que “conserva la Palabra y fructifica con perseverancia” (cf Lc 8, 15). Es posible “en todo tiempo” porque no es una ocupación al lado de otra, sino la única ocupación, la de amar a Dios, que anima y transfigura toda acción en Cristo Jesús.



 SANTÍSIMO NOMBRE DE JESÚS.- 3 DE ENERO. La palabra Jesús es la forma latina del griego “Iesous”, que a su vez es la transliteración del hebreo “Jeshua” o “Joshua” o también “Jehoshua”, que significa “Yahveh es salvación”. El Santísimo Nombre de Jesús comenzó a ser venerado en las celebraciones litúrgicas del siglo XIV. San Bernardino de Siena y sus discípulos propagaron el culto al Nombre de Jesús. En 1530 el Papa Clemente VII concedió por primera vez a la Orden Franciscana la celebración del Oficio del Santísimo Nombre de Jesús. San Bernardino solía llevar una tablilla que mostraba la Eucaristía con rayos saliendo de ella y, en el medio, se veía el monograma “IHS”, abreviación del Nombre de Jesús en griego (ιησουσ). Más adelante la tradición devocional le añade un significado a las siglas: "I", Iesus (Jesús), "H", Hominum (de los hombres), "S", Salvator" (Salvador). Juntos quieren decir “Jesús, Salvador de los hombres”. San Ignacio de Loyola y los jesuitas hicieron de este monograma el emblema de la Compañía de Jesús. El Nombre de Jesús, invocado con confianza: Brinda ayuda en las necesidades corporales, según la promesa de Cristo: "En mi nombre agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien" (Mc. 16,17-18). En el Nombre de Jesús los Apóstoles dieron fuerza a los lisiados (Hch. 3,6; 9,34) y vida a los muertos (Hch. 9,40). Da consuelo en las pruebas espirituales. El Nombre de Jesús le recuerda al pecador el "padre del hijo pródigo" y el buen samaritano; al justo le recuerda el sufrimiento y la muerte del inocente Cordero de Dios. Nos protege de Satanás y sus artimañas, ya que el diablo le teme al Nombre de Jesús, quien lo ha vencido en la Cruz. En el nombre de Jesús obtenemos toda bendición y gracia en el tiempo y la eternidad, pues Cristo dijo: "lo que pidan al Padre se los dará en mi nombre." (Jn. 16,23). Por lo tanto, la Iglesia concluye todas sus oraciones con las palabras: "Por Jesucristo Nuestro Señor", etc. Así se cumple la palabra de San Pablo: "Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos." (Flp. 2,10).

 Mas información en la presentación de diapositivas: http://www.slideshare.net/miangelgb/el-nombre-de-dios-y-el-nombre-de-jess?from_m_app=android

EL SANTO NOMBRE DE JESÚS: El Santo Nombre de Jesús es, primero que todo, una oracion todopoderosa. El mismo Nuestro Señor solamente promete que todo aquello que pidieramos al Padre en su Nombre lo recibiriamos. DIOS nunca falla en su palabra. Cuando decimos "JESÚS ", pedimos a DIOS todo lo que necesitamos con la absoluta confianza de ser oídos. Por esa razón, la Iglesia termina sus oraciones con estas palabras "Por JESUCRISTO," que da a la oración una eficacia divina. Pero, el Santo Nombre es algo aún más grande. Cada vez que decimos:"JESUS," glorificamos a DIOS con un gozo y gloria infinito porque le ofrecemos todos los infinitos méritos de la Pasión y Muerte de JESUCRISTO. San Pablo nos dice que JESÚS mereció el nombe de "JESÚS" por su pasión y muerte. Cada vez que decimos "JESÚS"es un acto de perfecto amor, por el cual ofrecemos a DIOS el infinito amor de JESÚS. El Santo Nombre de Jesús nos salva de innumerables males, y nos rescata especialmente del poder del demonio que está constantemente buscando la ocasión de hacernos daño. El Nombre de JESÚS gradualmente irá llenando nuestras almas con una paz y gozo que nunca tuvimos antes. El Nombre de JESÚS nos refuerza de una manera tal, que nuestros sufrimientos parecen ligeros y fáciles de soportar. El Nombre de JESÚS es la más corta, más fácil, y más poderosa de las oraciones. Todos pueden decirlo incluso en medio de su trabajo diario. DIOS no puede rehusar de oírlo. Invoquemos le Nombre de "JESÚS" pidiéndole que nos salve de las calamidades que nos amenazan. (Las maravillas del SANTO NOMBRE, el Rvdo. Paul O"Sullivan).
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